No hay en el mundo fuerza como la del deseo.

Yo quiero ser agua de arroyo que lleve las piedras.

— García Lorca

A pesar de la poderosa imaginación de García Lorca, cuesta creer que el poeta granadino pudiera imaginar la calamitosa realidad de nuestro planeta apenas un siglo después de su injusta muerte. En Yerma, Lorca nos habla de lo fecundo y de lo estéril, del deseo convertido en obsesión, de la tierra y del cuerpo como espacios simbólicos de vida o vacío. El nombre de su protagonista no es casual: “Yerma” es más que un personaje, es una condición, una advertencia, una metáfora de lo que ocurre cuando la fertilidad —física, espiritual o ecológica— se extingue.

Entre las tres tragedias rurales del poeta, Yerma resulta especialmente punzante, pues su protagonista está atrapada en un destino impuesto por fuerzas que la sobrepasan: el deber, el matrimonio sin amor, la mirada inquisitiva del pueblo, y sobre todo, ese «qué dirán» que pesa como una losa sobre la voluntad femenina. Yerma no sólo anhela un hijo: ansía una plenitud vital que la sociedad patriarcal le niega. Su deseo, reprimido y deformado por las normas sociales, acaba degenerando en locura, en un acto final trágico y liberador. Así también nuestro planeta clama por un hijo, por una regeneración, pero nosotros —ciegos en nuestra ambición— lo dejamos estéril.

Queremos plantear en este montaje un canto de amor a nuestra tierra, al planeta azul, a su diversidad y riqueza medioambiental, para que los humanos podamos seguir siendo fértiles en él. La figura de Yerma encarna esa desesperación que nace del abandono, del silencio, del aislamiento, y se convierte en símbolo de un planeta que grita, sin voz, su derecho a la vida.

Os proponemos un viaje cargado de imágenes de alto voltaje emocional, de esas que no necesitan palabras sino silencios, de las que impactan en la retina para revelar que la deriva de la tierra no es accidental, sino hija del capitalismo salvaje que todo lo pudre, lo agota y lo engulle. Así como Yerma vive bajo la presión del deber ser, nuestra civilización sigue presa de un modelo depredador que niega el equilibrio natural.

Os invitamos a participar de una experiencia lírico-sensorial que nos haga reflexionar sobre nuestro comportamiento humano y planetario. El agua, como Lorca nos enseñó, es símbolo de vida. No dejemos que la vida se agoste, que el deseo se marchite, que nuestra tierra —como Yerma— se quede seca. Estamos aún a tiempo.

Paco Azorín